Enredos, cortes, heridas, anzuelos que se clavan... siempre hay soluciones imaginativas para problemas que, en todo caso, siempre son menores que la satisfacción de la pesca

Pardavé. Cuando todavía no usábamos botas para pescar, sino alpargatas, bajábamos un día en singular competencia por las orillas del Torío en Pardavé y, al entrar en la tabla que hay por encima del puente, Mundo, Nino (malogrado prematuramente) y yo, este último me retó a llegar antes que yo a una buena echada, lanzándose a correr por el sendero de la orilla del terraplén. El amor propio y la inexperiencia hicieron que yo lo hiciese metiéndome en el agua, que por entonces se deslizaba tan negra como el propio carbón que había limpiado, encontrándome con la desagradable y peligrosa sorpresa de que a los dos metros ya me cubría por el cuello. Si tenemos en cuenta que yo no sabía nadar, la situación era crítica. Menos mal que hice pie cuando tenía todavía la cabeza fuera del agua. Éramos entonces aprendices de hombre. La solución fue la de retorcer la ropa y tenderla en una zarza, mientras pescaba a fondo, desnudo. 1397124194 Vegamián. Escalando rocas. La jornada más peligrosa de todas las que yo he vivido pescando fue un buen día en el pantano de Vegamián, cuando sus aguas hervían de truchas grandes. Habíamos entrado por el camino que continúa después de pasar el muro de la presa, el cual te lleva directamente a un recodo donde existe una pequeña península que se interna en el pantano. Es un lugar donde siempre conseguíamos buenos resultados.

Pues bien, este día no fue demasiado generoso en cuanto a picadas, y como en la orilla norte parecía haber algunos sitios adecuados para pescar bien, y que nadie había entrado en ellos, me decidí a pasar con caña cesta y botas por la pared rocosa que bordea el pantano, pero a una altura de unos 50 ó 60 metros, agarrándome a los salientes de la roca como podía y procurando no mirar hacia abajo, donde no existía mas que la roca vertical y el agua profunda. Me encontré con lugares casi imposibles de pasar, y cuando quise reaccionar ya no era posible, pues estaba llegando al término y no merecía la pena abandonar. Llegué exhausto al rincón elegido, descansé un momento y comencé a pescar con gran ilusión, puesto que era el primero que ponía el pié en aquel sitio. Me harté de lanzar y recoger mi cucharilla y no pude conseguir ni un simple ejemplar, por lo que, decepcionado, inicié el regreso, pero ascendiendo mucho más por encima del itinerario de la ida, y prácticamente con el mismo peligro de dar un traspiés y terminar buceando en lo profundo del pantano. Lo tragicómico era que yo no sabía nadar, aunque quizá no me hubiera hecho falta al llegar abajo.

Cerezales. Anzuelos afilados. También tengo en mi haber un capítulo de accidentes con anzuelos bastante amplio, pero sobre todo lo he pasado francamente mal en dos ocasiones. La primera fue en Cerezales, pescando a cucharilla en la tabla que se halla por debajo del pozo del cementerio. Existían en el centro de la tabla un par de matas casi cubiertas donde era fácil enganchar la cucharilla, y eso fue lo que me ocurrió a mí. Al forzar con fuertes golpes de la caña para que se desenganchase de aquel ramaje, en uno de ellos se soltó la cucharilla con tal fuerza, que no me dio tiempo a reaccionar, y viniendo como una exhalación en mi dirección, se me clavó directamente en el párpado del ojo derecho, introduciéndose dos anzuelos en el mismo. Primero pensé que me había afectado también al ojo, pero afortunadamente no fue así. No obstante, como yo no podía hacer nada para sacarlos, sujeté con mi mano la cucharilla y comencé a caminar en busca de auxilio. En el Pozón del cementerio me encontré con Enrique (hijo de El Capitán) y otro compañero suyo, quienes hicieron lo que pudieron para extraer los anzuelos de mi párpado, sin conseguirlo. La solución la tuve dirigiéndome hacia el pueblo de Devesa, donde me dijeron que había médico. Por el camino me encontré con un joven como de dieciocho a veinte años que iba en la misma dirección, quien me acompañó hasta el domicilio del médico, donde estuvimos esperando a que regresase con las vacas de su propiedad. Se trataba de un señor de unos 55 a 60 años que me introdujo en su casa y me ordenó sentarme contra el respaldo de una silla de madera. Intentó primero a mano, después con un alicate, pero siempre tirando hacia atrás, lo que es prácticamente imposible con los anzuelos. Le pregunté con cierta acritud si no tenía unas tenazas en casa, pero no. Menos mal que el joven las tenía nuevas en la suya y las trajo. Le indiqué al médico que cortase los anzuelos por atrás y que luego los hiciera salir hacia adelante, pero cuando lo intentó le temblaba el pulso de tal manera que le quité las tenazas y se las di al chico para que lo hiciera, y, efectivamente, lo consiguió al primer intento en cada uno, por lo que salieron luego con facilidad hacia adelante. Me cobró el médico 50 pesetas por su intervención, que no la hubo, y me marché dándole las gracias y alguna trucha al muchacho que me había sacado del apuro, volviendo al río para seguir pescando.

Toral de los Guzmanes. En otra ocasión, pescando en Toral de los Guzmanes, en una manga del río muy concurrida por los blasses cuando, al extraer a uno de ellos del agua, de regular tamaño, intenté cogerle con la mano izquierda en el aire mientras se sacudía enérgicamente para desasirse del anzuelo. En una de esas tentativas, cuando ya lo tenía sujeto, se retorció con fuerza y resbaló mi mano hacia la cabeza, donde tropezó mi dedo índice con uno de los anzuelos que sobresalían de su boca, clavándose con una profundidad de cerca de dos mm. en el interior de la yema del dedo (he de aclarar que el señuelo que empleaba era un pez artificial con tres anzuelos en la cola y otros dos en la barriga, que al mismo tiempo seguía soportando los movimientos del pez. Cuando logré sujetarle y desanzuelarle pude respirar de momento, sin saber lo que aún me esperaba. Intenté sacar el anzuelo de la yema de mi dedo, pero resultaba imposible al impedirlo el gancho del mismo. Después de infinidad de intentos frustrados y sin saber qué hacer para solucionarlo, me senté encima de la cesta y saqué mi navaja con idea de intentar un corte en la piel para ver si lo extraía, pero como mi navaja siempre fue un instrumento para cortar la tortilla o el bocadillo, pero sin el corte afilado necesario para hacer un corte tan específico, hube de desistir del intento. Mientras me desesperaba pensando en una solución, observo que en la orilla de la manga había una botella de cristal vacía. Después de recapacitar sobre los pros y los contras, decidí actuar rompiendo la botella contra una piedra y quedándome en mí poder con el trozo que más afilado tenía el corte, limpiándolo bien con agua y quemando el filo con el encendedor. A continuación procedí a hacer un pequeño y minucioso corte en la yema hasta lograr extraer el anzuelo. Como desinfectante utilicé mi saliva, succionando cuanto pude hasta limpiarlo bien y, después, rasgando una tira de mi pañuelo y con la cinta aislante que siempre llevo confeccioné una tirita, que me sirvió hasta llegar al coche y sustituirla por una adecuada.